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¿Qué significa decir que no hay otro Evangelio? ¿Por qué es importante afirmar esta verdad en un mundo pluralista y relativista? ¿Cómo podemos defender el Evangelio de las falsas enseñanzas y las distorsiones que lo amenazan?
En este artículo, quiero responder a estas preguntas desde una perspectiva bíblica y teológica, mostrando la singularidad, la autoridad y la suficiencia del Evangelio de Jesucristo. También quiero ofrecer algunas sugerencias prácticas para proclamar y vivir el Evangelio en medio de una cultura que lo rechaza o lo ignora.
El Evangelio es el mensaje central de la Biblia, el anuncio de que Dios ha actuado en la historia para salvar a su pueblo de sus pecados y para restaurar su relación con él. El Evangelio se centra en la persona y la obra de Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, que murió en la cruz y resucitó al tercer día para pagar el precio de nuestra redención y para darnos vida eterna. El Evangelio es una buena noticia porque revela el amor, la gracia y la misericordia de Dios hacia los pecadores, y porque ofrece el perdón, la paz y la esperanza a todos los que creen en él.
Pero el Evangelio no es solo una buena noticia, sino también una noticia exclusiva. Esto significa que no hay otro mensaje, otra religión, otra filosofía u otra ética que pueda ofrecer lo que el Evangelio ofrece. No hay otro camino, otra verdad u otra vida que pueda llevarnos a Dios. No hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres por el cual podamos ser salvos (Hechos 4:12). No hay otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo (1 Corintios 3:11). No hay otro Evangelio que el que hemos recibido, en el cual hemos permanecido y por el cual somos salvos (1 Corintios 15:1-4).
Esta afirmación puede sonar arrogante, intolerante o fanática para muchos en nuestro tiempo, pero no es una invención humana, sino una revelación divina. Fue el mismo apóstol Pablo quien advirtió con vehemencia a los gálatas que no se dejaran engañar por ningún otro Evangelio, aunque fuera predicado por ángeles o apóstoles. Él dijo: «Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un Evangelio diferente; que no es otro; sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el Evangelio de Cristo. Más si aún nosotros, o un ángel del cielo, os anunciaré otro Evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente Evangelio del que habéis recibido, sea anatema» (Gálatas 1:6-9).
¿Qué había pasado en Galacia? ¿Qué otro Evangelio había escuchado los gálatas? Se trataba de un falso Evangelio que mezclaba la fe en Cristo con las obras de la ley, especialmente la circuncisión. Unos falsos maestros habían entrado en las iglesias fundadas por Pablo y habían sembrado confusión y división entre los creyentes. Les habían dicho que no bastaba con creer en Jesús para ser salvos, sino que también tenían que guardar la ley de Moisés y someterse al rito judío de la circuncisión. De esta manera, pretendían añadir algo al Evangelio de la gracia y hacer depender la salvación de los méritos humanos.
Pablo reaccionó con indignación y con pasión ante este ataque al Evangelio. Él sabía por experiencia propia lo inútil e insuficiente que era la ley para justificar al hombre delante de Dios. Él había sido un fariseo celoso de la ley, pero cuando se encontró con Cristo en el camino a Damasco, descubrió que toda su justicia era como basura comparada con la excelencia del conocimiento de Cristo (Filipenses 3:4-9). Él había sido liberado del yugo de la ley por la obra perfecta de Cristo en la cruz, y no estaba dispuesto a volver a someterse a él ni a permitir que otros lo hicieran. Él defendió con valentía y con claridad el Evangelio de la sola fe, la sola gracia y la sola gloria de Dios.
El problema de los gálatas no es un problema del pasado. Hoy en día también hay muchos que quieren pervertir el Evangelio de Cristo y presentar otro Evangelio que no es tal. Algunos lo hacen añadiendo requisitos humanos a la salvación, como las tradiciones, los sacramentos, las obras de caridad o las normas morales. Otros lo hacen restando elementos esenciales del Evangelio, como la deidad de Cristo, la expiación sustitutiva, la resurrección corporal o la segunda venida. Otros lo hacen sustituyendo el centro del Evangelio, que es Cristo, por otros temas secundarios o terciarios, como la prosperidad, la salud, la política o el medio ambiente. Otros lo hacen sincretizando el Evangelio con otras religiones o filosofías, como el islam, el budismo, el hinduismo, el new age o el humanismo. Y otros lo hacen trivializando el Evangelio y reduciéndolo a un mero eslogan, una fórmula mágica, una terapia psicológica o una oferta comercial.
Ante esta situación, los cristianos tenemos que estar alertas y vigilantes para no dejarnos seducir por ningún otro Evangelio que distorsione o desvirtúe el verdadero Evangelio de Cristo. Tenemos que examinar todo lo que oímos y leemos a la luz de la Palabra de Dios, que es la norma suprema e infalible de nuestra fe y práctica. Tenemos que aferrarnos al Evangelio que nos fue entregado una vez para siempre por los apóstoles y los profetas, y que ha sido transmitido fielmente por la iglesia a lo largo de los siglos. Tenemos que proclamar con convicción y con amor el Evangelio que es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree (Romanos 1:16).
¿Cómo podemos hacerlo? Aquí van algunas sugerencias:
– Estudiemos y meditemos en el Evangelio con regularidad. No demos por sentado que ya lo sabemos todo o que no necesitamos repasarlo. El Evangelio es tan profundo y tan rico que siempre podemos aprender más de él y maravillarnos más de él. Dediquemos tiempo a leer y memorizar pasajes bíblicos que resumen o explican el evangelio, como Juan 3:16, Romanos 3:21-26, 1 Corintios 15:1-8, Efesios 2:1-10, Tito 3:3-7 o 1 Pedro 1:3-9. Busquemos recursos que nos ayuden a entender mejor el Evangelio, como libros, artículos, sermones o cursos. Compartamos con otros creyentes lo que estamos aprendiendo y cómo nos está impactando el Evangelio en nuestra vida.
– Oremos y agradezcamos por el Evangelio con frecuencia. Reconozcamos nuestra necesidad constante del Evangelio y nuestra dependencia total de Dios para vivir conforme al Evangelio. Confesemos nuestros pecados y recibamos el perdón y la limpieza que nos ofrece el Evangelio. Agradezcamos a Dios por su amor incondicional, su gracia inmerecida y su misericordia infinita que nos ha mostrado en el Evangelio. Alabemos a Dios por su obra maravillosa en Cristo, por su victoria sobre el pecado, la muerte y el diablo, por su don del Espíritu Santo y por su promesa de vida eterna. Bendigamos a Dios por su llamado a ser parte de su pueblo, su familia y su reino.
– Vivamos y sirvamos según el Evangelio con integridad. Dejemos que el Evangelio transforme nuestra mente, nuestro corazón y nuestra voluntad. Renovemos nuestro pensamiento conforme a la verdad del Evangelio y rechacemos las mentiras del mundo, la carne y el diablo. Amemos a Dios con todo nuestro ser y amemos al prójimo como a nosotros mismos. Obedezcamos los mandamientos de Dios no por obligación o por temor, sino por gratitud y por amor. Fructifiquemos en toda buena obra y crezcamos en el conocimiento de Dios. Usemos nuestros dones.

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